viernes, 23 de noviembre de 2007

Para compartir Juanele

Queridos compañeros: para seguir compartiendo la autenticidad de este poeta entrañable

y el amor por su tierra, que también es la nuestra. Con afecto, desde Gualeguay.

Sí, el nocturno en pleno día



Sí, el “nocturno en pleno día”. Qué reposante
la sombra, el baño de la sombra.
Algunos brillos, algunas florescencias. Y, ah,
reencontrar el centro de relación. Delicias
de las flores submarinas, frágiles delicias.
La noche íntima está llena del mundo. En la primera
capa del reposo, sólo. Acaso en la segunda.
La fatiga de la luz y del ruido, sonríe, sí, al silencio iluminado
apenas, muy apenas de un pálido cielo abisal.
Silencio, silencio, sombra y silencio reposantes y ah,
indispensables.
El nocturno delicado para oír nuestro silencio y el silencio
del mundo,
curvados sobre la sombra opaca, sin reflejos mezquinos o
complacientes.
Nuestro silencio y el silencio del mundo, tan musicales, ah,
tan musicales,
en sus primeras zonas. Porque en cuanto descendemos más
nos sorprende el grito de la vida.
La vida grita, hermanos, en lo profundo del mundo y de
nosotros mismos.
La vida herida grita y es inútil nuestro intento de eludir el grito
en el adorable y reposante refugio de nuestra soledad o de
nuestra comunión con las criaturas secretas del mundo.
Ah, cómo quisiéramos encontrar la paz absoluta de la sombra
o de la armonía total
cuando bajamos hacia nuestro silencio en el día o en la noche!
Por unos minutos sólo, aunque fuera por unos minutos, ver
alzarse una tenue constelación de las profundidades últimas.
Subiríamos con una sonrisa más segura, hermanos, para los
deberes del amor.
No el vértigo de la sombra, no, sino el canto de la sombra.
Ah, cómo quisiéramos en el silencio de nuestro paisaje ver
sólo los juegos de la luz y del agua.
Una impalpable presencia, casi una música, sobre las colinas
olvidadas.
Cómo quisiéramos que el canto nuestro fuera el del pájaro,
el del arroyo, acaso el del grillo en el alba:
una perdida aspiración hacia una dicha que casi no es de este
mundo o el cristal de una dicha ubicuo como el cielo.
Cómo quisiéramos, sí, contar con una breve seguridad en la
noche de nosotros mismos o en la armonía de las cosas.
Fuera agradable, verdad, hermanos míos? estrechar el universo
en el límite del ser, en el último límite tembloroso del ser.
Pero la vida, el mundo, nos han penetrado tanto que en
nuestras profundidades sólo hay sangre y gritos.
Nuestro silencio último está lleno de llantos, de
desgarramientos.
El paisaje manchado de injusticia y de desolación.
En la sonrisa de las lomas criaturas amarillas con su pregunta
terrible de animales acosados.
Y en el polvo de los caminos la inseguridad de pies llagados,
y junto a los alambrados el desamparo ante la noche.
Ah, nuestro querido Supervielle, nuestro nocturno, nuestro
delicado “nocturno en pleno día” gime con el dolor del
mundo.
Pero, pero,
más allá de la sangre y de las lágrimas, más allá de la muerte
y del espanto, el día como una nave
con su carga preciosa para las soledades ya seguras frente al
canto de la sombra,
y menos indefensas ante el vértigo de la sombra.

2 comentarios:

Máximo Chaparro dijo...

Silvina, gracias por hacernos emocionar junto a la SABIDURIA DE JUANELE. El poet-filósofo. Emocionado, silencioso y en la Noche del Mundo, Máximo.

Escritores de Basavilbaso dijo...

En realidad lo que me gusta de Juanele es esta poesía que lo pinta como un hombre esperanzado, lúcido ante la vorágine del mundo.

Señor,
esta mañana tengo
los párpados frescomos como hojas,
las pupilas tan limpias como el agua,
un cistal en la voz como de pájaro,
la piel toda mojada de rocío,
y en las venas,
en vez de sangre,
una dulce corriente vegetal.

Señor,
esta mañana tengo
los pápados iguales que hojas nuevas,
y temblorosas de oros,
abierta y pura como el cielo, el alma.